figura A. Simulación del movimiento de un cuerpo. En ella se muestra una linea punteada que refleja una trayectoria dada. Dicho trayecto no ha sido recorrido, necesariamente. Pero lo conocemos porque una serie de eventos previos y fuerzas aplicables ejercen su influencia implacable. Lo podemos predecir, podemos saber el futuro. Por ejemplo, el planeta Tierra. Sabemos cómo avanzará en el vacío. Asombrosamente, una roca de seis mil trillones de toneladas, avanzando a cien mil kilómetros por hora alrededor de una estrella que está permanentemente explotando desde hace miles de millones de años, es profundamente poco emocionante. Porque ya la sabemos. No nos va a sorprender. Es una elipse. Siempre es una elipse.
figura B. Celebración de elecciones federales. Como mayor de edad, puedes elegir el futuro del país, que es también el tuyo. O, ese es el principio. Pero, ¿cómo funciona? Hemos de elegir a uno de entre, digamos, una triada de señores. Estos, no obstante, fueron impuestos como opciones por comités ajenos a nosotros, a los que sólo les importa su perpetuación. Sabemos pues, de antemano, quién ganará. No qué señor específico ganará. Sino que ganará, independientemente del señor, uno que en realidad solo fue elegido por quienes lo nominaron, no por ningún votante. Como una madre preguntando a su hijo si quiere coliflor o brócoli, ¿está el crío eligiendo el sustento? No. Todos sabemos qué pasa ahí. Todos sabemos quién está ejerciendo su voluntad. No es el votante. Nunca es el votante.
Entonces, ¿quieres que hablemos de mi vida, de mi específica coyuntura? O de la tuya. O de la de cualquiera. Al fin y al cabo es la misma conversación en todos los casos.